¿Cuál es el destino de la oveja perdida?
La anécdota
Una anécdota para encabezar esta reflexión. Sucedió en el mes de mayo, mes de flores y de comuniones. Hace unos días, durante el banquete en la celebración de una comunión, compartíamos mesa con algunas personas que no conocíamos. Después de hablar de múltiples temas salió, ¡cómo no!, el tema religioso. La persona con la que estábamos hablando en ese momento estaba jubilada. Había ejercido su profesión en una conocida empresa y con un relevante cargo directivo. En un momento de la conversación dice: “Es que yo soy ateo. Soy la oveja perdida.” Ante esta afirmación le respondí que “la oveja perdida, en muchas ocasiones, es la que está más cerca del pastor.” Le sorprendió la contestación, pero asintió.
Sobre la trascendencia
Los seres humanos tarde o temprano siempre nos planteamos el tema de la trascendencia y nuestra relación con ella. Cada uno afronta dicha relación lo mejor que puede y con los recursos personales de que dispone. Como es un asunto tan íntimamente personal e intransferible, cada uno da su propia respuesta, no comparable con la de los demás. Sí es cierto que es muy probable que tu respuesta coincida, de una u otra forma, con la de otras muchas personas ya que estamos hechos del mismo barro, de la misma pasta.
Un asunto personal
Sí es interesante descubrir cómo las personas que litigan de alguna forma con la trascendencia se sienten profundamente espirituales y, en muchos casos, manifiestan su incomodidad con el tema de la religiosidad. Las formas en que históricamente se ha ido respondiendo a esa religación con lo trascendente ha separado a muchas personas de esa misma relación, no tanto con la vinculación en sí cuanto con las formas institucionalizadas en las que se ha materializado. En cambio, a otras personas, estas concreciones rituales les ha servido como puente de enlace con su experiencia personal y relacional. Insisto, creo que nada es mejor ni peor. Se trata de una decisión íntimamente personal, aunque influya en la manifestación y vivencia comunitaria. Nadie puede obligarme a creer, a tener fe. La fe es un asunto personal y un don. Se te da, se te ofrece, pero en ti está la decisión: aceptación, rechazo o duda. Todo cabe y todo es honesto cuando se vive como honradez.
La oveja buscadora
La oveja perdida se plantea cosas y se arriesga a transitar por caminos lejos del rebaño. Es una buscadora. Metafóricamente los seres humanos, como ovejas perdidas, somos eternos buscadores. Nos planteamos muchas cuestiones e intentamos dar respuestas. Hay momentos en los que las conclusiones son plausibles para nosotros mismos y para los demás y, otras veces, sentimos que no acertamos o que la repuesta tiene tintes de provisionalidad. Paso a paso, entre pastos verdes, entre espinas, entre sol luciente o lluvia insistente, nuestro camino es como es, con sus luces y sus sombras, con sus amaneceres y anocheceres, pero es nuestro camino. Nadie puede recorrerlo por nosotros. En los asuntos que tocan la más profunda intimidad debemos dejar grabada nuestra propia huella en los senderos interiores. El pastor siempre está al acecho, no como el lobo con el fin de devorarnos, si no como muestra de su “bondad” para cuidarnos, protegernos y cargarnos sobre sus hombros si acaso el tanto ir y venir nos ha dejado malheridos. En realidad, cuando uno se define como ”oveja perdida”, de alguna manera, no ha perdido el vínculo con el resto del rebaño.
Volvamos a la pregunta que nos planteábamos al principio: ¿Cuál es el destino de la oveja perdida? Si nos atenemos al relato evangélico la respuesta aparece con facilidad: los hombros del pastor.
Parece ser que el pastor, en esta ocasión que hemos comentado en la anécdota inicial, no ha ido a buscar a la “oveja perdida” a través de los montes si no a través de la física cuántica.