Un vaso de vino
“Mirad si hay alguien esperando a la puerta, el Mesías podría estar llamando y nosotros no lo oiríamos desde aquí”. En la cena debe quedar una silla vacía. La autoridad la tiene el último que llega.
Hace dos años, en la ladera norte de la sierra segoviana. Fuera hacía frío. Al comienzo de la celebración en el triduo pascual, el que preside avisa a unos niños de esa edad en que ni ellos mismos saben muy bien todavía quiénes son los Reyes Magos, pues quieren creer y quieren saber. Les dice: “Mirad si hay alguien esperando en la puerta, el Mesías podría estar llamando y nosotros no lo oiríamos desde aquí, si llama abriremos la puerta para que cene con nosotros (algo parecido dice Apocalipsis 3,20)”. Los niños así lo hacen. Nadie espera en el frío de la noche. Solo nosotros seguimos esperando el definitivo retorno del Mesías.
Leo dos años después la vida de Movshsa Játskelevich Shagalov (1887-1985), conocido entre nosotros como Marc Chagall. La escribió él, se publicó en francés en 1928 y en castellano en 2004: “Mi padre, a punto de brindar, me manda abrir la puerta. // ¿Abrir la puerta tan tarde, la puerta de afuera, para hacer que entre el profeta Elías? // Un manojo de estrellas blancas, plateadas sobre el fondo azul de terciopelo del cielo, penetra en mi mirada y en mi corazón. // ¿Pero dónde están Elías y su carro blanco? // A lo mejor está en el patio todavía con aspecto de viejo enclenque, de mendigo jorobado, con una bolsa a la espalda y un bastón. ¿Entrará en casa? // «Aquí estoy. ¿Dónde está mi vaso de vino?»”. Marc frecuentó la casa de los Maritain en Meudon, aunque no se hizo católico como años antes habían hecho Véra y Raïssa Maritain, su hermana. Esta explica algo en Les grandes amitiés, especialmente en su tomo segundo (Nueva York, 1944). En su última página, Raïssa cita a Manuel de Falla, de quien también eran amigos, y concluye: días de sol. También lo fueron para Chagall, exiliado a París desde el Vitebsk de su infancia, en el noreste de Bielorrusia, exiliado otra vez a los Estados Unidos, retornado a París. “Días de sol en Francia”, escribe Raïssa. Ella también exiliada en 1940 y retornada en 1959.
Una exposición en el invierno suave nos hace transitar por el color de los sueños: verde, rosa, azul, gris. Otro amigo de los Maritain, Louis Massignon, un católico, famoso islamólogo, lucha por conciliar su oración con los hijos de Ismael, evitando cualquier forma de proselitismo. La amistad unía a Maritain y a Massignon, el projudaísmo de uno se confrontaba con el propalestinismo del otro. En sus cartas se percibe esta división.
Una mirada médica
Estamos invitados a alzar la mirada, a ver más lejos y desde más arriba. Gustave Flaubert la llama “mirada médica”. Hoy abusamos de miradas no médicas y nos perdemos lo verdadero, “el único medio para alcanzar la emoción”, escribía Flaubert. El médico de vocación, el que presentaba Gregorio Marañón en Vocación y ética en 1947, el buen médico distingue las pasiones y afectos propios del vivir, como la angustia o la tristeza, de las infecciones o los traumatismos que nos dañan. Vivir no es una enfermedad. Vivir es un riesgo, una apuesta abierta.
Lo comento con una médico psiquiatra, excelente profesional, una mujer no extremista serena. Responde: “Mi mirada la «aprendí» mucho antes que de los manuales de medicina, en la Palabra y en la experiencia de Dios… después ya ha sido pan comido”. El jesuita Pedro Arrupe (hasta 1926 estudió medicina, en 1927 se fue al noviciado de Loyola, siguió “siendo” médico) pedía: “Señor, enséñame tu manera de mirar”. La “mirada médica” es un mirada compasiva y sanadora, que no clausura, que no encierra. En la cena debe quedar una silla vacía. La autoridad la tiene el último que llega. Los humillados y los cojos, los ciegos y los que huelen mal, pues apenas se han podido lavar, tal vez lleguen después, pues no quieren molestar. Son humildes como el siervo de Isaías. El que preside debe dejar un sitio libre, una silla vacía para que se sienten allí, cerca del que siempre preside, el Señor. Un vaso de vino nos espera.
La » mirada médica» es una mirada compasiva y sanadora, que no clausura, no encierra