Relación educativa al estilo de María
Quizá sea bueno volver la mirada en este mes de mayo a María como inspiradora de una fecunda relación educativa
Siempre he defendido que, más allá del profundo significado que los modelos bíblicos tienen para nuestra vida de fe, esos modelos nos pueden proporcionar magníficas orientaciones para establecer relaciones educativas poderosas y fecundas. Lo he comprobado en más de una ocasión cuando estos modelos se ofrecen a educadores que, aun estando en el ámbito de la educación católica, no han desarrollado una experiencia de fe más profunda. Un buen educador difícilmente dejará de admirar las maravillosas dinámicas educativas que se esconden detrás de la pedagogía de Dios a lo largo de todo el proceso de la historia de la salvación, o de la figura del maestro Jesús. Entre esos modelos emerge con fuerza y con personalidad propia la figura de María.
Hay un primer dato interesante en lo que de ella se nos narra en el Nuevo Testamento. Excepto en la escena de la anunciación, María siempre aparece junto a otros, su propia familia junto con su marido José, con el que comparte “anunciación”, los hermanos de Jesús, al pie de la cruz, bajando con Jesús y los discípulos de Caná a Cafarnaún o en medio de la comunidad en Pentecostés. María no es el maestro al que todos siguen: más bien se sitúa de manera atenta en medio de la comunidad. Su calidad de educadora se decanta más hacia la presencia silenciosa pero actuante que hacia la palabra magisterial. He aquí una primera invitación a nuestro ser de educadores cristianos inspirados en María: cultivemos la presencia. He sorprendido a determinados profesores que aprovechan los descansos para enviar mensajes o correos a sus alumnos que están en el patio. En los colegios más grandes a veces encontrar a un determinado profesor no es tarea fácil. El educador cristiano debe ser visible y accesible. Hay que estar más allá del contacto con los alumnos en la hora lectiva académica. Es María en Caná. El evangelista nos lo dice claramente: “la madre de Jesús estaba allí”. Estar ahí, en el momento, junto a, captando sus necesidades mucho antes de que ellos mismos las manifiesten, atentos a lo que nuestros alumnos viven y sienten. A veces me entristece el poco conocimiento que tenemos de la vida real de nuestros alumnos con sus gozos y sus desesperanzas. Considero que esta presencia previa y antecedente constituye una de las condiciones indispensables para que se produzca el encuentro educativo.
En el caso de María al pie de la cruz, esta presencia se convierte en compromiso de acompañar el dolor. “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre”, dice el evangelista. Estar junto al dolor. El pasado cinco de abril leíamos la noticia: la cantidad de niños y adolescentes que toman ansiolíticos y antidepresivos se dispara. Es la presencia capaz de convertirse en regazo en el que reposar. Casi siempre más cerca del gesto que de la palabra o el discurso. A veces los educadores corremos el peligro de creer que hemos cumplido “porque les hemos dicho lo que teníamos que decirles”. Quizá no se trate tanto de decir sino de estar para crear complicidades más empáticas que racionales, sobre todo en lo que tiene que ver con el sufrimiento y el dolor. Podemos pecar de exceso de palabra y de defecto de presencia cercana. María una más entre los discípulos, pero no una cualquiera. Cierto que la iconografía desarrollada a lo largo de la historia ha colocado a María en un lugar preeminente en la escena de Pentecostés, pero Lucas es más parco “junto con algunas mujeres y María la madre de Jesús”. De nuevo “junto a”. El educador cristiano se siente parte integrante e integrada de una comunidad de educadores. Está junto a otros y otras. No es una pieza aislada que interactúa de manera individual con sus alumnos en desconexión con todo lo que ocurre a su alrededor. Educa la tribu, se dice. Educa una comunidad de educadores, decimos. El profesor “pro-fesa”, es decir, manifiesta una fe, porque “con-fiesa”, es decir, comparte una fe. Y cuando decimos fe no solo decimos fe en Señor resucitado. Decimos las verdades, las bondades y las bellezas compartidas que emanan de esa fuente y que deseamos hacer llegar a nuestros alumnos como el mejor proyecto de vida.
Quizá no se trate tanto de decir sino de estar para crear complicidades más empáticas