La parroquia
Ser profesor de Religión supone pertenecer a las fuerzas especiales de choque en el anuncio del Evangelio. Especialmente en la enseñanza estatal. La emergencia educativa exige ahora estar en permanente salida. En toda acción de comando es fundamental trabajar en equipo, un buen plan y apoyo logístico. Me he reafirmado los dos primeros sábados del pasado abril. El primero, los misioneros claretianos me piden una palabra sobre el “sueño” que congrega a buen número de sus parroquias de España. Ser comunidad en fraterno camino sinodal, arraigadas en Cristo, ungidas por su Espíritu, centradas y animadas por la Palabra, atentas al sufrimiento de los pobres, audaces en nuevas presencias de misión, y atractivas en su testimonio. Complejo tanta maravilla, pero sencillo cuando quieren configurarse al calor del corazón de María “como luz suave que todo lo ilumina”. El segundo, la trigésimo novena Jornada Diocesana de Enseñanza de Madrid. El ponente es José. Pero pierde los papeles, adrede, por un “¿Cómo estáis?”. No, no es saludo protocolario, “es lo que más me importa”. Nos llama afortunados: “Se os ha confiado la primera línea del cuidado del Evangelio”. Para muchos alumnos, la primera cara de ese anuncio, y para no pocos la última. No le importa el “poder”, ni las estadísticas; sí una educación misionera empapada en la buena noticia: Jesús, patrimonio de la humanidad. Sabe de nuestros sinsabores y de tantas horas sin agradecer. Y recuerda que “a Jesús le salió fatal”. El camino es Emaús. Primero abrir el corazón; luego, la lección hasta que arda, y la mesa. Nos ruega ser tercos en buscar la sinergia aula-parroquia. Parroquia (oikía) significa casa, familia. El “¿Cómo estáis?” acaba en diálogo abierto. En el café, ni rastro del cardenal arzobispo de Madrid, pues hasta el propio José Cobo está desaparecido entre profesores (la estatura ayuda), escuchando.