Ven y verás
“Ven y verás” es todo lo que Felipe le dice a Natanael cuando este duda, aconsejado por el prejuicio, de que de Nazaret pueda salir algo bueno.
He sido testigo privilegiado muchas veces de lo que sigue a esta respuesta. Una que recuerdo con detalle fue con un alumno de Bachillerato. Curiosamente se llamaba Felipe, pero hacía el papel de Natanael: “¿De la clase de Religión se puede esperar algo bueno?”. Sus amigos le habían dicho: “Ven y verás”. Y allí se presentó el buen Felipe para soltarme de entrada: “Que sepa que vengo obligado”. Tras agradecerle su sinceridad, le dije que yo nunca preguntaba porqués. Que estaba en un espacio público abierto libremente por los alumnos y… no me dejó terminar. “No, si se lo digo por estos pelmas, para que me dejen en paz”. “Bueno, pues es fácil. Pruebas y, si no te convence, cambias de optativa”. Era finales del siglo pasado. Se había estrenado la película Seven (1995) de David Fincher. Felipe la había visto más de siete veces. Era su favorita. Sugirió verla en clase. No lo podía creer, el macrocosmos de la cultura en el microcosmos de su película (El paraíso perdido de Milton, Tomás de Aquino, La divina comedia de Dante, El mercader de Venecia de Shakespeare, Los cuentos de Canterbury de Chaucer, Suite n.º 3 de Bach); y la clave de lectura la Religión. Tuvo que decirlo, y precisamente en una clase “tan tristemente difamada”: “Hoy he asistido al estreno de Seven”. Se repetía lo del eunuco de Hechos al apóstol Felipe: “¿Y cómo iba a entenderlo si nadie me guía?”. Ser profesor de Religión es ser enviado, apóstol. Exige ir, aunque sea Nínive. Allí, ver y escuchar a quienes has sido enviado, con todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu mente, a imagen del que te envía. Y solo así podrán boca y manos hablar con elocuencia de la abundancia del corazón de quien “está de corazón en cada cosa”.